Diego Armando Barbosa Zaragoza ha recorrido un camino largo, sinuoso y, por momentos, casi improbable. Su rostro juvenil puede engañar, pero detrás de él hay más historia de la que muchos imaginan. Nació el 25 de septiembre de 1996 en Guadalajara, Jalisco, en una tierra donde el fútbol es casi religión y donde, desde pequeño, se formó en la cantera del Atlas.
Su posición: lateral derecho. Su destino: incierto en muchos momentos, pero siempre ligado a una fe inquebrantable en que el balón lo llevaría lejos.
Sus primeros minutos como profesional los vivió en Venados de Yucatán, debutando el 8 de enero de 2016 contra Mineros de Zacatecas. Parecía un paso más en una carrera joven, pero la vida, como el fútbol, no siempre sigue el guión esperado. Sin oportunidades claras, Barbosa tuvo que buscar otro modo de sobrevivir. Trabajó en una fábrica de pantalones. El sueño de ser futbolista quedaba entre hilos y costuras, pero nunca se rompió del todo.

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Entonces, como guiño del destino, llegó una nueva oportunidad: Dorados de Sinaloa. Y con ella, un encuentro surrealista que marcaría su vida. En el banquillo del Gran Pez estaba uno de los nombres más grandes de todos los tiempos: Diego Armando Maradona. El técnico, el ídolo, el mito. El hombre que le había dado su nombre sin saberlo, ahora lo tenía frente a él.
Con Maradona, Barbosa no fue titular indiscutible, pero aprendió a mirar el fútbol con otros ojos. El Diego le enseñó que jugar también es amar, que correr es entregarse y que, incluso desde la banca, se puede crecer si se tiene pasión. Esos momentos sembraron en él la versión más comprometida de sí mismo.

Regresó al Atlas, el club de su origen, y ahí sí se consolidó. Entre 2019 y 2023 jugó 105 partidos, marcó 4 goles y dio 4 asistencias. Fue parte del equipo que rompió la maldición: ese Atlas que, después de más de 70 años de espera, fue campeón. No solo una vez: fue bicampeón. Una hazaña histórica que puso su nombre en letras rojas y negras en los libros del fútbol mexicano.

Un paso fugaz por Xolos de Tijuana marcó un breve intermedio, sin títulos ni gloria. Pero el siguiente capítulo estaba por escribirse en Toluca.
De desconocido a inamovible
Su llegada a los Diablos Rojos no causó revuelo. No era fichaje bomba, no era portada de diarios. Parecía un refuerzo de relleno, uno de esos que pasan sin pena ni gloria por los clubes grandes. La afición no esperaba mucho. Algunos ni siquiera sabían quién era. Pero el fútbol, como la vida, premia a los que trabajan en silencio.
Diego Barbosa se adueñó de la lateral derecha desde los primeros partidos. Con carácter, garra y constancia, se convirtió en un pilar del once titular. En el Clausura 2025 no solo fue importante: fue determinante. Marcó un gol, dio equilibrio por su banda y se ganó el cariño de la afición escarlata, esa que exige entrega antes que fama, y que valora más a los que sudan la camiseta que a los que posan con ella.

Rompedor de maldiciones
Barbosa ha desarrollado una extraña cualidad: romper sequías. Lo hizo con Atlas, devolviendo la gloria a un club históricamente castigado. Y lo volvió a hacer con Toluca, coronándose campeón en su primer torneo con el equipo, esta vez con un rol protagónico. Ya no como promesa, sino como presente.
En una plantilla repleta de talento sudamericano, su perfil bajo, su origen nacional y su constancia lo convirtieron en uno de los favoritos del vestidor y de la tribuna. Sin discursos rimbombantes ni reflectores desmedidos, Barbosa encontró en Toluca algo más que un lugar para jugar: encontró un hogar.
Ahora, el jugador que alguna vez pensó en colgar los tachones entre telares y costuras, vive su mejor momento como profesional. Y lo hace con una camiseta que le queda como un guante: la del Diablo, que lo recibió sin expectativas y ahora lo tiene como una pieza clave de su nuevo y flamante campeonato.
Con Dios como inspiración, con Maradona como guía, y con el Diablo como aliado, Diego Barbosa es prueba viva de que los sueños se resisten con trabajo, se protegen con fe, y se conquistan con el corazón.

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